Capítulo 6.
A
veces cuando la pasión es desbordante y todo tiempo se te queda corto y todo
espacio pequeño tienes que improvisar. Ellos lo están haciendo. Su coche, en
esta noche tan helada, no es un mal refugio. Buscan, sedientos de sus cuerpos,
un lugar apartado y oscuro. Un lugar donde sólo estén ellos y sus besos,
caricias y misterios. Cuando al fin lo encuentran se miran, se hablan hablando
y sin hablar. Ir a la parte de atrás del coche es lo más lógico, para follar,
claro. Se separan, él la mira y hace un gesto con la cabeza señalando a esa
parte del coche a la que todo adolescente venera y aspira. Ella, ni corta ni perezosa no
se lo piensa ni un solo instante, ya sabe que no serviría de nada. Están en su
sitio, en el lugar exacto en el que tenían que estar. Cada vez son más
frecuentes entre ellos las largas miradas, profundas, cada uno sabe lo que
significa la suya, pero a los dos les queda siempre la duda de lo que querrá
decir el otro. Él, atrevido como nadie le dice “hoy no me apetece”, ella no va
a ser quien ruegue, “vale”. Al instante están uno sobre el otro, perdiéndose en
sus rincones. Ella se atreve a atreverse “decías que no querías”, él siempre
sincero “pero me ‘has’ entrado ganas”. Follarse es perfecto para ellos aún con una tormenta a su alrededor, asediándolos, es el lenguaje con el que
mejor se entienden. Esta vez dejarla en
el portal de su casa es lo correcto, él sabe que a ella mojarse no le gusta y
ella sabe que él la adora, y no piensa en la lluvia.
M.
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