Capítulo 3.
Ahora el escenario
es diferente, la cama de él. Es grande aunque nada de otro mundo. Hay poca luz,
es lo que suele haber cuando acabas de follar y te han dicho: “no te vayas,
quédate”. Ella está tumbada, se hace la remolona porque quiere llamar su
atención. Él tiene hambre de otra cosa. Baja las escaleras en calzoncillos para
ir a la cocina. Ella se levanta a ponerse la camiseta, le encanta ir sin
sujetador, sólo con la camiseta. Él vuelve a la habitación bolsa de patatas
fritas en mano y se admiran. Se encantan aunque nunca se lo digan. Llega ese
momento en el que se sientan en la cama, piernas cruzadas, uno frente al otro y
comen. Es gracioso ver como él le da patatas como alimentando a un pajarito,
quiere cuidarla porque nunca será suya. El final siempre llega, exactamente
cuando la deja con el coche a tres manzanas de su casa.
M.
M.