18.1.14

The Lovers: dicen que está lloviendo en el cielo.

Capítulo 14.

En invierno cuando llueve todo lo que el mundo desea es estar en la cama o el sofá con una manta, unas palomitas, una buena película y, si eso, buena compañía. Hoy está lloviendo pero ellos no son “todo el mundo”, les sobran la manta, la película y las palomitas. Les sobra la ropa. No están en la calle, pero se están mojando igual. Las sábanas están caladas de amor. Ellos no se aman, pero se lo demuestran muy bien. Se muerden los labios, se miran a los ojos, se ríen. Ella mira al techo como un lobo que aúlla a la Luna. Él agarra las sábanas con ambas manos como un león que despedaza a su presa. Ella se hunde en su hombro, él la pega a su cuerpo. No hay mejor calor que el humano. Y qué desagradable se hace la humedad de este día lluvioso después de la humedad de darse mimos. Últimamente él se ha vuelto más amable y más rebelde, dejarla en la puerta de casa se ha vuelto normal, se les está yendo de las manos cada día más rápido y cada día más despacio. Un beso pequeño y fugaz ya no es suficiente. Nunca ha sido suficiente.
M.

11.1.14

The Lovers: veo en la calle la cama perfecta.

Capítulo 13.

Hay zonas oscuras, muchísimas. Polígonos industriales, descampados, ramblas… Hay horas intempestivas, en la madrugada, por ejemplo. Todo eso les importa una mierda, prefieren estar aparcados a medianoche en mitad de la calle del típico barrio del extrarradio. Porque hoy no va a pasar nada, sólo están hablando como dos personas civilizadas. Mentira. Se abalanzan sobre la parte de atrás del coche como fieras hambrientas de sudor y respiraciones aceleradas. Ella está encima de él, él está apretando su espalda hasta dejarle marcas. Ella está recorriendo con la lengua esos hombros anchos. Él se distrae. “¿Qué pasa?” dice ella. “Una señora” contesta él. “¿Qué hago?”. “Está mirando por la ventanilla”. “¿Pero qué hago, me bajo?”. “Ya se ha ido”. Estalla la risa, no se puede tener menos vergüenza. Los cristales empañados no les han servido de escudo esta vez, pero no les importa por eso, porque no tienen vergüenza, ninguna, para nada. Y una vez en casa y tras besarse, uno piensa en los orgasmos y el otro en la vieja.
M.

3.1.14

The Lovers: dar patadas a la valla.

Capítulo 12.

Hacía tiempo que el parque estaba solo, desierto, sin risas ni juegos, sin abrazos ni piques. Pero hoy ellos han ido al parque, su parque, donde ahora no hay nada ni nadie. Para no perder las costumbres. Cuando llegan se abrazan y el frío los abraza a ellos. Hoy están que se comen, se devoran con los ojos y sus bocas se buscan y sus manos se encuentran. Les gusta pelearse y reconciliarse en un segundo. Están de pie, él la empuja, ella se revuelve y le pega en el brazo. Él la encara, ella se esconde agachando la cabeza. “Vamos al coche, hace demasiado frío”, dice él. Ella le rodea la cintura, él le da la mano por encima de su hombro. Cuando llegan a la puerta del parque se quedan aún más helados de lo que estaban. Está trincada, cerrada con candado. Ella mira la verja, le tiene pánico a las alturas, no quiere saltarla, no puede. Él no se cree que sea para tanto y cuando ya está al otro lado la insta a que salte. Ella trepa, pero cuando está arriba no es capaz de salir, él se ríe. Se ríe de ella porque está adorable ahí, con esa cara de susto como si estuviera saltando la Gran Muralla. Ella se ríe, pero es de nervios y miedo. Hasta que se decide, no va a estar ahí toda la noche. Cuando vuelven a estar juntos él no puede parar de reírse de ella, y ella no puede parar de sentirse tonta, pero más segura que nunca. Ya sabemos el final. Un beso, el beso, su beso. Cuando ella va a salir del coche, él la para cogiéndola del muslo, vuelve a sentarse, él vuelve a besarla. Y adiós.
M.