Capítulo 13.
Hay zonas
oscuras, muchísimas. Polígonos industriales, descampados, ramblas… Hay horas
intempestivas, en la madrugada, por ejemplo. Todo eso les importa una mierda, prefieren
estar aparcados a medianoche en mitad de la calle del típico barrio del extrarradio. Porque hoy no va a pasar nada, sólo están hablando como dos
personas civilizadas. Mentira. Se abalanzan sobre la parte de atrás del coche
como fieras hambrientas de sudor y respiraciones aceleradas. Ella está encima
de él, él está apretando su espalda hasta dejarle marcas. Ella está recorriendo
con la lengua esos hombros anchos. Él se distrae. “¿Qué pasa?” dice ella. “Una
señora” contesta él. “¿Qué hago?”. “Está mirando por la ventanilla”. “¿Pero qué
hago, me bajo?”. “Ya se ha ido”. Estalla la risa, no se puede tener menos
vergüenza. Los cristales empañados no les han servido de escudo esta vez, pero
no les importa por eso, porque no tienen vergüenza, ninguna, para nada. Y una
vez en casa y tras besarse, uno piensa en los orgasmos y el otro en la vieja.
M.
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