Capítulo 8.
Cuando
alguien suplica es porque está desesperado, porque no puede más, porque no
encuentra la salida, porque cree que ya no hay más soluciones. Sólo queda
suplicar. Cuando notas cómo las lágrimas comienzan a inundar tus ojos, cuando
empiezan a rodar por tus mejillas. Cuando tienes la cara tensa y la piel
agrietada. Cuando te duele la mandíbula de apretar los dientes y la garganta de
gritar. Entonces sólo queda suplicar. Porque las cosquillas a veces son así.
Están tan tirados y tan juntos como siempre. Y como siempre, han follado, porque
si no nada sería lo que es. Están jugueteando con sus pies, entrelazándolos. Él
tiene un pequeño espasmo, ella se percata. Él no dice nada al respecto, ella se
queda pensando. Sin que se note, pero notándose a lo lejos, ella baja la mano
por la pierna de él hasta llegar a su pie y, con un movimiento rápido, empieza
a hacerle cosquillas de una forma tan cruel y retorcida que hasta asusta. Él se
retuerce, lo sabía, y aun así se lo ha permitido y ahora quiere morir. Ahora es
cuando llega la súplica, él suplica que pare la tortura, ella suplica seguir
riendo como una niña. Cuando los dos se separan como siempre, tras el beso de
siempre, en el lugar de siempre, lo único que siente ella son esos grandes pies
entre las manos, lo único que siente él son esos deditos de esas manitas
haciéndole sufrir.
M.
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